Odio, amistad, noviazgo, amor, matrimonio by Alice Munro

Odio, amistad, noviazgo, amor, matrimonio by Alice Munro

autor:Alice Munro [Munro, Alice]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Drama, Relato
editor: ePubLibre
publicado: 2001-01-01T05:00:00+00:00


Poste y viga

Lionel les contó cómo había muerto su madre.

Había pedido el estuche de maquillaje. Lionel le sostenía el espejo.

—Me llevará alrededor de una hora —había dicho ella. Crema, polvos faciales, delineador, mascarilla, barra de labios, colorete. Era lenta y temblaba, pero no había hecho un mal trabajo.

—No has tardado una hora —había dicho Lionel.

—No, no hablaba de eso.

Hablaba de morirse.

El le había preguntado si quería que llamase a su padre. El padre de él, el marido de ella, el pastor.

Ella había dicho: «¿Para qué?».

Había errado en la predicción por apenas cinco minutos, más o menos.

Estaban sentados detrás de la casa —la casa de Lorna y Brendan—, en una terracita que miraba a la ría de Burrard y las luces de Point Grey. Brendan se levantó a mover el aspersor a otra franja de césped.

Lorna había conocido a la madre de Lionel hacía pocos meses. Una mujer bonita, menuda, de pelo blanco y un encanto arrollador, que había llegado a Vancouver desde un pueblo de las Rocosas para ver la gira de la Comédie Française. Lionel le había pedido a Lorna que los acompañara. Después de la función, mientras Lionel la ayudaba a ponerse la capa de terciopelo azul, la madre le había dicho a Lorna:

—Qué alegría me da conocer a la belle amie de mi hijo.

—No exageremos con el francés —había dicho Lionel.

Lorna ni siquiera sabía muy bien qué significaba belle amie. ¿Bella amiga? ¿Amante?

Lionel la había mirado alzando las cejas por encima del hombro de su madre. Como avisando: «Nada de lo que diga es culpa mía».

En un tiempo, Lionel había sido alumno de Brendan en la universidad. Un diamante sin pulir de sólo dieciséis años. La mente matemática más brillante que Brendan había conocido. Después, Lorna se había preguntado si la insólita generosidad de Brendan con los estudiantes talentosos no lo habría llevado a dramatizar. También debido al giro que habían tomado los acontecimientos. Si bien Brendan se había desprendido del fardo irlandés —la familia, la iglesia, las canciones sentimentales— tenía debilidad por los cuentos trágicos. Y por cierto que, después del comienzo deslumbrante, Lionel había sufrido una especie de colapso nervioso y tras una temporada en el hospital se había perdido de vista. Hasta que Brendan se lo había topado en el supermercado y había descubierto que vivía a dos kilómetros de su casa, allí en Vancouver norte. Había dejado del todo las matemáticas y trabajaba en la editorial de la Iglesia anglicana.

—Ven a vernos —había dicho Brendan. Notaba a Lionel algo desamparado y solitario—. Ven, así conocerás a mi mujer.

Estaba contento de tener un hogar, de poder invitar a gente.

—De modo que no me imaginaba cómo serías —dijo Lionel cuando le contó aquello a Lorna—. Pensé que a lo mejor eras espantosa.

—Caramba —exclamó Lorna—. ¿Por qué?

—Qué sé yo. Esposas.

Iba a verlos por las noches, cuando ya se habían acostado los niños. Cada leve intrusión de la vida doméstica —un llanto de bebé llegándoles por una ventana abierta, la reprimenda de Brendan a Lorna por dejar



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